lunes, 30 de agosto de 2010

Aqui simplemente no hay nada!

Fué en esa misma gaveta del diskette dónde redescubrí una vieja tarjeta postal enviada a mi padre a finales de los 70 desde Minsk, la capital de la actual Belorus y en ese entonces, parte del poderoso imperio soviético. Su única leyenda era: "Aquí simplemente no hay nada...". Me imagino ahora lo que a mi padre le pudo doler ese pedazo de cartulina.


Es que Edwin Madrigal murió a los 92 años siendo un revolucionario de izquierda y soñador idealista. Todavía recuerdo un enorme retrato que pintaba siendo yo un niño muy pequeño que rompió cuando la entonces DIGEPOL (actual DISIP) irrumpió en mi casa, llevándose presa a mi madre bajo el pretexto de tener la cédula de identidad vencida. Era el retrato de Yuri Gagarin, el primer cosmonauta de la historia, parido por la patria de Lenin. Eran los tiempos de Rómulo Betancourt y la guerrilla castro comunista haciendo de la suyas. Teodoro Petkoff estaba probablemente preso en el Cuartel San Carlos y Alí Rodriguez Araque comandaba tropas de insurgentes en las montañas del Bachiller. La persecución hacia cualquier sospechoso de comulgar con las ideas de Marx era implacable y probablemente mi madre había sido acusada de algún pecado relacionado con las tendencias ideológicas de Edwin Madrigal. Mi madre logró salir libre días después gracias a la intervención de su coterránea Carmen Valverde, en ese entonces primera dama de la República y a quien mis padres conocían muy bien, de los tiempos en que Rómulo, exiliado en Costa Rica y activo comunista en esa época, hizo contacto con mi abuelo Humberto. Pero ese es tema para otra historia…..

El hecho es que esa destrucción del retrato de Gagarin marcó una especie de hito para mí. La admiración inculcada por la patria de los bolcheviques me llevó a fraguar, casi veinte años más tarde un insólito viaje por la Cortina de Hierro en busca de verdades. Verdades que se desmoronaban dolorosamente a medida que me adentraba en territorio soviético con mi carrito de tercera mano, un Fiat 127, adquirido en Roma dos meses atrás. “Aquí simplemente no hay nada”, fue lo único que atiné a escribir con dolor a mi padre desde Minsk, la primera ciudad alcanzada, después de casi cuatrocientos kilómetros de recorrido, desde Brest, en la frontera con Polonia.

Todo había comenzado unos seis meses atrás cuando caminando por la via Torino de Roma, me topé con una vitrina que atrajo mi atención a través una irresistible frase: “Visitate la Unione Sovietica in Automobile”. Era la oficina del Inturist, la agencia soviética de turismo. ¿Era realmente posible adentrarse en la impenetrable Cortina de Hierro en automóvil? El hecho es que decidí asumir el reto y tras cinco meses de intensos trámites con el Consulado soviético en Roma, llegue a la desesperada conclusión que el anuncio era tan vacío como la vitrina que lo antecedía. Decidí no rendirme y solicité una entrevista con el cónsul ruso en la sede de la via Nomentana, quien me recibió en una oscura oficina alfombrada de rojo, la cual era vigilada por la severa mirada de Vladimir Ilich Lenin. – “No he recibido respuesta de Moscú sobre su caso”, espetó. “Además, son trámites muy largos, así que deben esperar”. Salí de la vetusta mansión del consulado volteando mi mirada hacia las calles empedradas y sin ninguna esperanza de lograr mi objetivo, pues para ese entonces, la única razón de mi presencia en Roma era la obtención de la tan anhelada visa que me permitiría ingresar libremente al gigante comunista, con mis otros tres compañeros recién reclutados. Sin embargo quedé completamente boquiabierto cuando esa misma tarde recibimos una llamada del consulado anunciando que debíamos recoger nuestros pasaportes, pues el viaje había sido autorizado!

Pronto descubriríamos que nuestra idea de turistear libremente por la Union Soviética de Leonid Breshnev era una mera utopía, pero el hecho es que tres semanas después amanecíamos en la frontera soviético – polaca, después de atravesar con nuestro Fiat de segunda mano, Yugoeslavia, Checoslovaquia, Austria, Hungría y Polonia. Lo que aconteció en los días sucesivos forma parte de una de las experiencias mas ricas de mi vida, pero será tema de una próxima entrega.

Por qué un Blog?

Recientemente, limpiando una gaveta, lo encontré. Era el diskette de 3.5' en el que hace apenas unos años había depositado algunos escritos viejos, con la esperanza de recuperarlos para mi gente. Que alegría encontrarlo! lo habia considerado irremediablemente extraviado. Pero el regocijo se evaporó como por arte de magia. Sofía fué la primera en hacerme sentir un anciano: -Papi, qué es eso?. preguntó cuando vió el recuadro negro de plástico que lucía retador entre mi pulgar e índice. El Parecía sonreir con sarcasmo: -Y ahora qué? Con qué pretendes leerme?. No había en kilómetros a la redonda ningún dispositivo de lectura para diskettes de 3.5". La misma historia se había repetido con mis viejas diapositivas, con las cintas de super 8 y sucederá, sin dudas con los cientos de negativos, muchos de ellos nunca revelados, que contienen parte de mi historia.
"Tienes que utilizar formatos mas actualizados, que perduren en el tiempo" me dije. La gente ahora usa blogs. Dentro de unos treinta años, alguien probablemente encuentre con facilidad lo que ahora dejarás en el ciberespacio. Será cierto? Quién podrá decirme si esto que estoy por comenzar no se convertirá en un nuevo diskette de 3.5?